sábado, 6 de octubre de 2007

Nicanor el Caficho

Ilustración: Yor


Miguela, alta morena de voluptuosos pechos y cabellera negra hasta la cintura. El zarandeo de sus nalgas hace delirar a los muchachos de Punta Karapa que la ven pasar todos los días cuando va y viene de su trabajo de mucama en la casa de una familia bien de Villa Morra.

Siempre trabajó de empleada; es ya como una tradición que viene de familia, aprendió el oficio de su madre y ésta de su abuela. Su ser ya vino preparado para soportar los avatares y los sinsabores de la profesión, segunda en el escalafón de quehaceres más antiguos desde que el mundo es mundo.
El sueldo de 300.000 guaranís le permite mantener a su madre que hace un tiempo está postrada en su lecho de enferma, sumergida en un estado de depresión severa a causa del séptimo concubino que decidió abandonarla embrujado por las negras caderas de una mujer de dudosa reputación. Todos en el barrio adjudican el hecho al payé porque la dama era más fea que la situación socio-económica del Paraguay. Para la joven trabajadora fue un alivio que se haya ido el novio de su mamá porque le hacía la vida imposible, trataba de manosearla todo el tiempo.
Miguela Concepción Cañete tiene novio, el mismo de siempre, hubiera sido el primero en su vida si no era por el patrón de su mamá, aquél respetable General del Ejército que se pasó de cariñoso con ella, cuando sólo tenía 12 años. Ella no confía en los hombres, todos le habían fallado pero por alguna razón no podía borrarlos de su historia, eran como un mal necesario para su existencia. Nunca conoció a su padre.
Un sábado fue a Tropi Club, ella no es de salir a bailar, pero accedió tras largas horas de molestosa insistencia de Pedrito: su chico’i, muchacho muy amigo de las farras y enemigo acérrimo del trabajo.
Él quería que conozca a gente nueva y sobre todo al famoso Nicanor, uno de los dueños del lugar: es un palabrero pero dicen que consigue trabajo a la gente en otro país, allá por España mba’embo.
Miguela sucumbió ante la insistencia del granujilla y de pocas ganas fue al lugar.
Con el son de Bronco de fondo, un hombre sudoroso que vestía una camisa colorada desprendida de cuatro botones, con una cadena que brillaba en la yugular, sonriente se presentó y luego de intercambiar alguna que otra palabra así en seco luego le ofreció trabajo: “tenés pinta de guapa y encima me hablaron muy bien de vos, haciendo el mismo trabajo allá va a ganar mucho más, tanto que en un año podrás comprarle la casa a tu mamá”, le decía el pelafustán acudiendo a su acostumbrado barato y gastado método de persuasión. “Del pasaje no tené que procuparte, yo te presto, en un me de trabajo ya me va a devolver”.
Ella advirtió que habla muy poco el castellano, pero aseguró que aprendió a leer y escribir en los tiempos en que iba a la escuela.
Nicanor le dijo que eso no era obstáculo. “Allá lo único que cuenta son las gana de trabajar, la cultura no te da de comer mi hija, no te preocupe por eso, vo hacele caso a tu patrona y todo va a salir bien”.
Cómo era de esperarse ella quedó totalmente convencida de que su futuro estaba afuera.
Estela la peluquera del barrio la ayudó a realizarse un cambio de look y a comprarse ropa en “Galería Bonanza” para parecer una turista importante. Dos meses duró los preparativos para el viaje: colas en Identificaciones, una valija prestada de la esposa del Presidente de seccional y las sucesivas despedidas de los parientes y amigos.
A las 2 de la mañana despertó para ir hacia el Aeropuerto, a las cinco debía tomar el avión que la llevará a España. Ya le habían dado todas las instrucciones, el nombre y la persona con quien se comunicaría al llegar.
Eran las tres y media de la mañana cuando una empleada de la empresa de aerolíneas con pedagógica y casi franciscana paciencia, la trasladó hacia la zona de embarque, en unas horas volaría hacia un futuro incierto… (continuará)